miércoles, 29 de mayo de 2013

Naturaleza


Adoro el sol de primavera, el sonido cantarín de los pájaros, la brisa que ondea mis cabellos...
Es curioso como acabas amando a lo que antes no prestabas atención. Numerosos han sido los viajes que he hecho de pequeña, las excursiones a la montaña donde yo, una niña demasiado pesada, agotaba a los demás con mis quejidos.
Si bien es cierto que también disfrutaba de los lugares, sin embargo, no soportaba hacer senderismo.
Ahora, en la ciudad busco desesperadamente algo que me haga sentir como de niña. Algo que me haga recordar que vivo en una tierra donde no sólo importa lo humano, donde no todo es obra nuestra, donde no nos creamos los dueños del mundo.
Me gusta vivir en la ciudad, la independencia que ello te da, el tenerlo todo cerca: es muy práctico. Me gusta vivir en este momento aquí, pero hay momentos en los que necesito huir. Necesito escapar de las prisas, de las conversaciones absurdas o críticas que van a parar a mis oídos -aunque yo realmente no quiera escucharlas- de la luz artificial, del asfalto.
Antes, en esos momentos de claustrofobia, lo único que tenía que hacer era salir de casa e irme al bancal.  Y cuando precisamente era primavera gozaba de un espectáculo visual y sonoro. 
Si ahora mismo estuviera en mi campo no dudaría en qué hacer. Iría directa a esa zona de césped donde enfrentados se encuentran un olivo y un almendro (qué bonitos son los almendros en flor...) y en medio, oportunamente dispuesta, una vieja silla de mimbre que año tras año sigue ahí, invitándome a sentarme en ella y disfrutar de la naturaleza. Daría cualquier cosa por encontrarme ahora en este lugar, con mi pequeña Dafne correteando tan feliz.
No obstante, tengo que conformarme con el parque de al lado de la universidad. Cada vez que salgo a comer me pregunto por qué la gente se queda en los bancos del recinto y no se va un parque donde da el sol y hay un bonito césped. No lo entiendo, pero sinceramente, prefiero que siga así, pues cuando estoy allí puedo gozar de la tranquilidad que tanto ansío.
Por suerte, el año que viene tendré al alcance de mi mano sitios más bucólicos que el parque de la universidad o el campo de mi casa. El año que viene, en Ioannina, podré disfrutar de la naturaleza en un estado más puro, como por ejemplo, en el lugar de la fotografía.
Cuando tuve que elegir el destino dudé entre dos ciudades, Tesalónica (la Barcelona de Grecia) o Ioannina (la Galicia). Ambas ciudades tenían sus ventajas e inconvenientes y por eso estuve cuestionándome cual elegir, aunque en mi interior siempre supe que me decantaría por la primera. 
En efecto, viendo sus imágenes me cautivó y ahora comprendo que hice la elección en base a esto mismo que ahora estoy expresando: necesitaba más naturaleza y menos ciudad en mi vida. ¡Cómo iba a ir a una gran ciudad si ya empezaba a no estar a gusto en una pequeña!
Grecia me espera... ¡Qué emoción!



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